Monday, January 11, 2016


ONCE VECES DE ENERO
(Capítulo 4)


La noche del 31 sus amigos no supieron que de no ser por el dolor en el culo Hugo los hubiera divertido con una performance a lo Buster Keaton. Pero el mismo 2 de enero él ya estaba otra vez repartiendo sus vacaciones entre la gestualidad de sus músculos y la que pudiera arrancarle a la madera. Esos dos modos de lo sensible definían a su tío Dante por el opuesto: un forro, bien, pero un forro al fin.

El hermano de su padre siguió los pasos del abuelo Adolfo: contador público. Y en el camino se quedó con la casa familiar. O casi. Una oscura cuenta mal hecha en el mito familiar estaba prendida con alfileres en algún rincón de la anatomía de Hugo. Una serie de indicios le hacían entrever que Dante también lo había seguido en la relación con la carpintería. Por lo pronto toda esa madera en el galpón, que gracias a él supo que se trataba de nogal y de cedro, parecía una partida llegada en un tiempo posterior a la muerte de su abuelo.

Además, aún no sabiendo nada del asunto, le resultaba llamativo que las herramientas no mostraran ni el más mínimo rastro de óxido. Pero su tío era de pocas palabras. Las abría en manojo con el desdén por su padre para volverlas a cerrar como un puño de silencio: "mi viejo fue un infeliz, nunca fue a fondo con nada ni la dejó a tu abuela realizarse. La vieja se quedó en la costura. Se llenaba de expresiones de deseo que jamás concretaba. Así como llenó de herramientas al pedo este lugar"

- ¿Quién se llenaba? - preguntó Hugo

- ¿Se llenaba de qué? 

El tono poco amigable del tio lo hizo encogerse de hombros.

- No te hagas el comediante, pendejo. Puse un aviso en la WEB para volar todo esto - y señaló hacia la argallera y demás instrumental

Esa tarde Hugo privilegió el fragor del cedro, apuró su técnica inexistente con la gubia y el cepillo. Empezó a sentir que esas herramientas empezaban a hacerse de arena en el reloj inexorable que acababa de volcar su tío.
Hacia la caída del sol una vez más había fracasado con la talla. Cuando abandonó el intento, lejos de concluir continuó: tomó el trozo de madera, oloroso y tibio por el fragor que le habían encajado sus manos torpes y salió otra vez a la calle.

Anduvo y anduvo hasta que el rabillo del ojo detectó otra puerta de madera. Miró de frente sus molduras, sus recovecos suntuosos. Buscó calzar su talla. No encontró el calce perfecto de la vez anterior, pero logró apoyarla sin que se cayera. Tomó el celular. Sacó la foto. Volvió al galpón con impaciencia. Al bajar la imagen a su portátil otra vez la maravilla: no estaba la talla pero sí ese dibujo.

Otra vez.


Guillermo Cabado

(mañana 5 de enero, el capítulo 5)
Para leerlo, clic aquí

(todas las fotos fueron tomadas entre Montevideo, principalmente, y Colonia)

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