Monday, January 11, 2016


ONCE VECES DE ENERO
(Capítulo 2)



A las cinco de la tarde del 31 de diciembre entre el olor a resina y un desorden de aserrín, Hugo consideró el fracaso. No era el dolor en el culo a causa de un nuevo intento fallido en zapateo americano. Era una talla malograda en un arte que jamás antes había intentado. Así es el fracaso: no da razones convincentes.

Salió a caminar para perderse del fastidio.

El día anterior y casi sin darse se había iniciado en un juego recién descubierto en un libro de contabilidad abandonado entre tanto fierro y madera en el galpón de su abuelo Adolfo. Se trataba de una pequeña e insólita celebración que éste hacía año tras año cuando llegaba el cumpleaños de Alicia, su esposa. Por las respuestas de ella en cada folio (el anuncio de Adolfo era invariable: la fecha y el sitio en el que Ali debería buscar) pudo reconstruir la trama de cada cumpleaños: su abuelo le obsequiaba una pieza de madera, tallada por él mismo, que ella debía ir a buscar en algún rincón de la ciudad.

Hugo sabía muy poco de sus abuelos. Alejado de su familia paterna no le había resultado fácil acercarse a Dante, el hermano de su padre, para preguntarle si había alguna posibilidad de utilizar el galpón de esa casa vieja para ensayar.

El hallazgo del libro, invicto de cualquier asiento contable, le reveló una primera sorpresa: aquel abuelo distante, contador público y tan dado a los números, tenía habilidades de carpintero. En la primer página una frase atravesaba con tinta china el ancho del papel sin respetar las columnas del debe y del haber: "A ella, la del hilván, cada vuelo de aserrín". En ese primer folio la misma letra había escrito:

"1/11/71 - Está en el umbral de la calle Squeo nro 33"

Apenas unos renglones en blanco y otra letra respondía:

"¡La encontré!. Es preciosa. Muchas gracias".

En la página siguiente la misma caligrafía volvía a fechar: "1/11/72 - Está en la esquina de Rubén Paz y Gottardi". Y la misma otra letra: "Es todavía más hermosa, Adolfo. Gracias. Ali"

Las siguientes páginas repetían el circuito: la constancia calendaria del abuelo y las variaciones de los ánimos y colores en las respuestas de su abuela. Y casi nada más.

Pero desde hacía más de una semana ese "casi" tenía a Hugo intrigadísimo: cada tanto en el libro una tercera caligrafía, sin nombre, irrumpía a fuerza de comentarios deslizados a pie de página.

***
Después de varias cuadras, Hugo se detuvo ante una puerta labrada en madera. Algún carpintero había logrado arrancar voluptuosidad a ese material ingobernable. Descorazonado, de repente tuvo el impulso de encastrar la talla fallida que llevaba en su mano en una de las curvas perfectas de la puerta. Para su sorpresa el objeto calzó bien en el recoveco. Sacó su celular y tomó una foto.

Al día siguiente cuando abrió el archivo con la imagen no pudo creer lo que vio.





Guillermo Cabado

(mañana 3 de enero, el capítulo 3)
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(todas las fotos fueron tomadas entre Montevideo, principalmente, y Colonia)

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