No era un corte profundo pero la sangre seguía brotando de la mano que amasaba el llamador de la puerta. No necesitó esperar más que unos segundos infinitos. Primero se escucharon los pasos, después vio girar el picaporte. Al fin soltó las curvas de la aldaba de madera. Entonces vio aparecer a su tío y le dijo:
- No las vendas
El tío no lo escuchó. O sí. Pero no comprendió. No podía quitar los ojos de esas gotas de sangre que se reventaban contra la baldosa del pórtico. En la otra mano su sobrino sostenía la argallera que había sido del abuelo.
***
El último día del año había empezado con dolor: Hugo volvió a insistir con un asunto en el que llevaba tiempo: ser como Gene Kelly. Esa noche iba a matar dos pájaros de un tiro: daría otro paso en ser un artista integral y además divertiría a sus amigos con una performance para atravesar al año nuevo. Hay algo que se llama sincronización. Es lo que se necesita para que en el medio de un zapateo americano con las manos en el bolsillo, la pierna izquierda se eleve encogida al costado del cuerpo en un salto, mientras la otra va en su búsqueda para golpear los talones en el aire. Todo al mismo tiempo en el que el bailarín mira sonriente al público.
Esa mañana Hugo había fallado en la coordinación. Sus manos llegaron a amortiguar el porrazo. Pero su fracaso, el primero de una serie que se extendería a los inicios de enero, había sucedido por la tarde... Después de tres horas de intentar tallar la madera, sostenía una figura sin gracia, sin ton, sin son. Y el culo, su culo regordete, dolorido.
Vaya forma de terminar el año.
Guillermo Cabado
(todas las fotos fueron tomadas entre Montevideo, principalmente, y Colonia)
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