Saturday, September 19, 2015


RICARDO RODRÍGUEZ PONTE
por Carlos Marcos (*)

(Ricardo con Oscar Masotta, dibujo de la Cátedra Libre Masotta, precisamente)


(*) Texto leído en Encuentro Homenaje a Ricardo Rodríguez Ponte, 
Biblioteca Nacional Argentina, Buenos Aires, sábado 22 de Agosto de 2015


Buenas tardes. Mi nombre es Carlos Marcos y soy el bibliotecario de la Escuela Freudiana de Buenos Aires. Ricardo detestaba esta cosa de “la Escuela de” pero como tanto insistía con: “mi escuela”, hoy voy a decirlo de esta manera —si Uds. me lo permiten, claro—: “Bibliotecario de la Escuela de Ricardo Rodríguez Ponte”.

Con exactitud, no sé qué hago hoy acá. Habitualmente no voy a ningún tipo de reuniones de ex-alumnos. Ni siquiera soy ex-alumno de Ricardo. No soy psicoanalista. No tengo el tono adecuado para este tipo de reuniones. Soy un desarrapado en infinitos sentidos. Un poco mal hablado, incluso. No sé con exactitud que hago hoy acá, pero quiero agradecer la invitación a que lo averigüemos juntos. Gracias a las organizadoras del encuentro: Mirta Cisneros, Mónica Dembinski, Bárbara D'hers, Sol Gómez Peracca y Carolina Jones.

Consulté con algunos amigos si hoy era preciso indicar que transité un breve recorrido por el consultorio de Ricardo y por distintas razones me aconsejaron que así lo hiciera.

Cumplo entonces con la premisa pero tan sólo para dejarla de lado puesto que no es desde allí donde pretendo compartir algunas palabras. Hice un poco de chapa, pintura, cambio de aceite, alineación y balanceo del inconsciente con Ricardo pero en todo caso será mérito mío al elegirlo o virtud de él aceptarnos y bancarnos como pacientes y alumnos. No mucho más, no mucho menos.

(Carlos Marcos)

El ámbito lacaniano es un país donde los traductores gozan del máximo prestigio pero de la mínima autoridad, donde su opinión es solicitada o consultada muy a menudo pero reconocida con menos frecuencia de lo esperable. Creo que parte del reconocimiento al trabajo de Ricardo se debe a su empeño y a su obstinación, aquello que Roberto Arlt llamaba “prepotencia de trabajo” y sobre todo a su generosidad.

Todos reconocemos una y otra vez que fue un tipo muy generoso y quiero ser muy preciso con esta cosa de la generosidad. Porque me consta que él enviaba sus traducciones a quién la solicitase y sin costo alguno aunque fuera un astronauta cubano residente en Rusia devenido psicoanalista-traductor de Lacan del español al ruso. (Para más dato: no es un chiste. No pude rastrear el nombre del astronauta cubano, pero es un dato real).

Tenemos que agradecer que a lo largo de los años Ricardo encontrara el tono y la voz de Lacan en castellano. No es poco. Hay mil ejemplos de ello. Uno de los primeros traductores de Baudelaire al castellano fue el catalán Eduardo Marquina, un excelente escritor y poeta pero que transformaba a Baudelaire en una cosa espantosa, no es sino hasta las traducciones Julio Cortázar que leemos a Baudelaire con la belleza que ya le conocemos y que con Marquina sólo se presentía. Ustedes. pueden decirme que finalmente el autor se impone a estas y otras fatalidades, puede ser. Pero en el ámbito de las letras, bibliotecarios, libreros y escritores damos razón de ello, las responsabilidades de “Autor/Autoría/Autoridad” son compartidas entre el autor y el traductor (también editor, prologuista, compilador, corrector, etc). Tan compartidas son —y Ricardo se reía de esto— que hay versiones de los seminarios de Lacan que él nunca tradujo y que le han puesto la célebre leyenda: “Establecimiento del texto, traducción y notas: Ricardo E. Rodríguez Ponte, para circulación interna de la Escuela Freudiana de Buenos Aires” como una especie de garantía de calidad.

Tenemos que agradecer que Ricardo encontró el tono y la voz de Lacan en castellano, si. Pero también recuperó el valor de la nota al pie de página, el valor de la cita precisa para el lacanismo que no es otra cosa que el valor del diálogo. Durante muchos años, alentados por el estilo de Lacan, por sus lacaneadas, se citaba poco, tarde y mal. Lacan, sobre todo en los seminarios, también en los Escritos, era un tipo medio jodido. La cita, es justamente eso: una cita. Un punto de encuentro para el diálogo, para la discusión, para la interlocución. Y muchas veces Lacan te citaba en la Av. Las Heras y Austria pero no te indicaba de que ciudad o te enviaba a Vietnam. Comprendo que a veces hay que perderse para hallar algo pero no es necesario jugar al gallito ciego todo el tiempo. Ricardo con infinita paciencia y generosidad volvió a trazar un mapa de lecturas tan necesario para avanzar en el estudio que hoy se hace imprescindible. ¿Cómo se hace eso? Estudiando, leyendo, leyendo y compartiendo, leyendo como un animal, un animal de lecturas, eso fue Ricardo, un animal de lecturas que buscaba y compartía pistas. Eso también fue Ricardo: una especie de “sabueso lacanino”.

Hablando de “sabueso lacanino”, también quiero ser preciso sobre una versión que circularía por allí, sobre que Ricardo era un cabrón. ¡Era un cabrón! Un muy lindo cabrón. Me consta que en 22 años de trabajo siempre fue un tipo respetuoso, amable y sumamente cariñoso. Nunca sentí el más mínimo maltrato, al contrario, siempre tenía un gesto afectuoso para quienes lo rodeaban. Ricardo era Ricardo. Su estilo no era el de la falsa modestia, ni el de la elegancia altanera... sino quizá la timidez más extrema. Es cierto que en las asambleas, reuniones, clases y presentaciones, metía la frase justa en el sitio molesto... o la frase molesta en el sitio justo. Es cierto. Quizá por eso algunos recuerden el sonido y el sentido discordante, atonal, divergente en sus intervenciones… como buen sabueso lacanino a veces ladraba… ¡Pero qué lindo ladraba!


En 1993 concurrí a una entrevista de trabajo para ocupar el puesto de bibliotecario en la EFBA y salí completamente desalentado. Tenía 21 años, no entendía nada de psicoanálisis, no había leído nada de Lacan, era un desarrapado total como ya he dicho, pelo larguísimo incluido y, para colmo de males, junto a mí esperaban para ser entrevistados tres o cuatro personas de traje, adultos muy serios, muy correctos todos. Para mi sorpresa me llamaron para dos entrevistas más y aquí estamos.

Ricardo había trabajado en el cartel de biblioteca —sobre todo al inicio de la fundación de la biblioteca— en el período de recopilación y organización de los manuscritos y traducciones de los textos de Lacan y toda la bibliografía adyacente. Luego seguiría colaborando ininterrumpidamente a lo largo de toda su vida como Uds. bien saben. El consejo que les había dado al cartel de biblioteca que me entrevistó tenía que ver con abrir la biblioteca a la comunidad y que el acervo de esta biblioteca privada, “Sólo para Miembros”, como se acostumbraba en esos años, se transformara en material de acceso público. El cartel de biblioteca de esa época (Elsa Coriat, Liliana Cantagalli, Rosa Furman y Guillermo Asencio) tomó el consejo como parte de su proyecto político y no sin pocos altercados llegó a ser el proyecto político de la biblioteca de la EFBA. Yo apenas venía de trabajar en bibliotecas populares y comunitarias así que coincidimos en el carácter de lo que estaban buscando: formar una comunidad intelectual, una comunidad abierta de lectores según los consejos de Ricardo.

De ese modo me plantaron en la Biblioteca de la Escuela. Me indicaron dos teléfonos y arreglate. Uno era el de Elsa Coriat que formaba parte del Cartel de Biblioteca en ese momento y otro el de Ricardo: “Para cuando la gente pregunte o pida cosas raras”, me dijeron. Los psicoanalistas siempre piden cosas raras, así que el diálogo con Ricardo fue constante y enriquecedor durante muchísimo tiempo. Hablábamos como dos ratas de biblioteca que éramos. De ediciones, traductores, fechas, autores, revistas, artículos, fichas, notas al pie, bibliografía, hallazgos, compra de libros, lecturas, etc, etc, etc... y ahí se filtraba la vida. Al comienzo lo llamaba todos los días, luego un poco menos y finalmente no pasaba una semana que no cambiáramos alguna novedad. Como niños cambiando figuritas. Así es como las consultas con Ricardo transformaron su biblioteca personal en un anexo de la biblioteca de la Escuela.

Con su estilo de generosidad, Ricardo Rodríguez Ponte, claramente encarnaba esto de formar una comunidad abierta de lectores.

Un ejemplo de estas cuestiones que hacen a una comunidad intelectual que quiero compartir con Uds. es el siguiente. Como les decía antes, la biblioteca de Ricardo era una especie de extensión de la biblioteca de la EFBA. Muchísimas veces en que buscaba algo que muchos de Uds. solicitaban en la biblioteca y no lo teníamos yo se lo pedía a Ricardo, él inmediatamente o me dejaba una copia, o me lo facilitaba o se ponía a disposición. De la misma manera él llamaba a la biblioteca en búsqueda de algo diciendo “¿Tenemos en la biblioteca tal cosa o tal otra?”. Él mismo consideraba una extensión de su biblioteca a la biblioteca de la escuela. El “tenemos” siempre me llenó de orgullo.


Cierta vez Ricardo andaba detrás de un librito de François Leuret que Freud cita una única vez en “La interpretación de los sueños”, hace una mínima mención de este libro “Las indicaciones a seguir en el tratamiento moral de la locura” (1846) y Ricardo tenía la presunción de que Lacan aludía a ese trabajo sin nombrarlo. La cosa es que no existía en la biblioteca de la APA, ni en la Facultad, ni en la Nacional, ni en la del Congreso, pero había un psicoanalista que había trabajado el texto y con seguridad lo tenía. No recuerdo el nombre pero lo llamé para pedirle una copia que me negó. La salida más elegante para este tipo de miserias es “No lo encuentro” y la aparentemente más chistosa pero que más me chifla es “tengo algo que la biblioteca y el resto de los mortales no tienen”. Este tipo de contestaciones las hay y más de lo que imaginan. La cosa es que no conseguimos el librito y como consuelo le repetí a Ricardo una frase de un viejo librero anticuario para el cual trabajé, Alejandro López Medús: “Ya la muerte nos traerá sus tesoros”. Lo divirtió muchísimo y cada tanto tras alguna búsqueda infructuosa la repetíamos como una especie de chiste macabro. “Ya la muerte nos traerá sus tesoros”.


Mucho tiempo después, unos diez años más o menos, Diego Cordón, tras la pista de Ricardo insiste en llamar a la biblioteca por este librito. Había pasado tiempo pero internet y los catálogos on line estaban muy avanzados y en el término de unos pocos días, a través de la Biblioteca Nacional de Francia, teníamos copia del librito en la biblioteca. Se lo pasé a Diego y le conté la historia e inmediatamente hizo una traducción que donó en agradecimiento a la Escuela y al dato de Ricardo.

Esto es generosidad vuelta generosidad. Esto es una comunidad abierta de lectores por la que Ricardo trabajó en silencio tantos años.

Con internet todo ha cambiado mucho. Pero yo vengo de un pueblo donde alguien compraba un libro y se compartía con medio pueblo literalmente. No era difícil porque éramos 500 habitantes. Pero así se descubrían lecturas, autores, traductores, libros y sobre todo: modos de leer. Quizá también tenga que ver con la cuestión de los recursos sumamente limitados. Seguramente. Pero distribuir, compartir, transmitir y difundir conocimiento es una posición política.

Porque no hay vida humana para leer todo lo que hay para leer es que la generosidad de Ricardo vale lo que vale. Y la funesta frase de humor negro “ya la muerte nos traerá sus tesoros” no aplica en este caso. Los tesoros de Ricardo Esteban Rodríguez Ponte siempre estuvieron y estarán con nosotros."

Carlos Marcos 
(cofundador y director de la editorial "Muerde Muertos"http://muerdemuertos.blogspot.com.ar/)


(Lluis Llacht, me han dicho, era uno de los músicos preferidos de Ricardo)




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