"NECESITAMOS HABLAR DE ESE HIJO DE PUTA"
(a partir de la película "Tenemos que hablar de Kevin")
"Tenemos que hablar de Kevin" en su título original es "Necesitamos hablar de Kevin". Las resonancias de esa necesidad se pierden en la traducción, pero son las que se escuchan en el deslizamiento de recuerdos de la mamá de este hijo de puta.
Cuando yo era niño esa expresión se atenuaba sustituyéndola por un "hijo de mala madre". Pero en este llamar las cosas por su nombre (supongamos que esto a veces resulte un poco menos imposible), no hay ninguna apreciación moral en juego sino la puntuación del lugar de Kevin, el hijo de Eva, en este discurso que resulta ser la película que filmó Lynne Ramsay, basándose en una novela que fuera escrita también por una mujer. Ese discurso tejido entre lo que la madre recuerda y lo que de eso le retorna en situaciones como la de la trompada de otra madre: "me lo tengo merecido".
Un quesito para tentar ratones
La película puede resultar, entre otras cosas, una buena trampa para psico-especialistas. Planteada como una sucesión de recuerdos de Eva alrededor de su relación con su hijo durante los primeros dieciséis años de éste (todo lo previo al momento en que Kevin realizara la peor de sus acciones), enhebra un rosario de episodios contados desde la perspectiva materna.
El recuerdo de Eva respecto del estado de ánimo en el que estaba durante el embarazo. O el del día en que naciera Kevin...
... o el de la impotencia en la que la sumergía aquel llanto incontrolable del recién nacido (al punto de arrastrala a llevar el cochecito con el bebé berreando justo al lado de una perforadora de pavimento para, al menos por un instante, poder proteger ese órgano, que a diferencia de la boca o de los ojos, no cuenta con recursos para cerrarse por sí mismo: su oído)...
...son todos una invitación a que un oyente alimentado por cierto modo de entender el psicoanálisis termine por descerrajar el tan fatigado "Kevin no fue un niño deseado por la madre". El mismo con el que se concluyen tantas veces las perseverantes anamnesis en las entrevistas con padres, por ejemplo.
Así también el llamado que da título a la película (2), dirigido por Eva a su marido, y la respuesta que de éste obtiene, podrían precipitar a tal "oyente psi" a decir: "la función paterna opera de modo fallido, reduplicando la impotencia materna". Uf.
Impotencia materna que acaso, como siempre sucede con la impotencia, resulte en definitiva un poder no poder. En este caso: poder no poder matar a ese hijo. De allí lo beneficioso que es para un psicoanálisis tratar la impotencia sin poner el norte de la intervención en destrabarla, en habilitar lo que se quiere poder y no se logra... sino apuntando a conmover el estatuto de dilema que suele tener ese deseo inconciente. En otros términos: problematizar el dilema disolviendo la falsa opción que se cristaliza en "o lo mato o me sigo esforzando en ser una madre civilizada".
Juguemos a que sí
Estoy convencido de que un psicoanalista no puede decir nada, que no sea "orinar fuera del tarro", respecto de casos como los de Eva y Kevin. Sencillamente porque ninguno de ellos le está dirigiendo la palabra... y el psicoanálisis sólo existe gracias a la transferencia, y ésta no tiene chance alguna sin ese elemento básico. Pero relatos como el protagonizado por la gran Tilda Swinton (3) resultan un buen disparador para proponer juegos como éste: imaginemos que Eva fuera a ver a un psicoanalista y planteara que se siente culpable de las conductas de su hijo.
Como cuestión básica, al escucharla necesitaremos saber que ninguna acción de los padres es suficiente para explicar el por qué de la conducta de un hijo. Si quieren podríamos decir: "pero influyen". Está bien, concedamos ese margen. Pero eso y decir nada... es lo mismo. Porque no sabemos en qué influyen ni cómo (ni el analista, ni los padres... ¡ni el mismísimo "influido"!). No sabemos qué de lo dicho/hecho por un padre o pariente es tomado por el niño ni tampoco el cómo.
Una vez corridos del lugar de querer entender con la mamá por qué Kevin "salió como salió", lo que necesitaremos es aceptar que Eva es culpable. Claro, como enseñaba Freud: una cosa es que sea culpable y otra cosa es que sepa de qué. Es culpable porque ella así se presenta. Puesto bajo signo de interrogación el objeto de su culpa, se posibilita el camino para una consulta psicoanalítica. Eliminado de nuestra escucha el tentador "ella es culpable de lo que hizo Kevin", necesitaremos alojar su culpa. No rechazarla ni trivializarla. Permitir que se despliegue, que se dialectice.
Es que sólo así podrá perder la culpa su función primordial: la de taponar lo que no cesa de no inscribirse. Es que mucho más desgarrador que decir "yo fui la culpable" es encontrarse con que "nada de lo que encuentre en la historia mía con Kevin terminará de explicar este horror".
¿Qué restará?. Un largo camino: el que acaso transforme la culpa en responsabilidad. Responsabilidad no respecto de los actos de su hijo, responsabilidad en relación al deseo y al goce que pueden cernirse leyendo lo que allí se diga. Responsabilidad que no implica la suposición de ninguna unidad decisoria en ella (ni conciente ni inconciente) (4). Lejos de juzgar el pasado, una apuesta a que aún en la tierra arrasada, Eva tenga la posibilidad de hacer sin que ninguna carta marcada decida por ella su próxima apuesta. Un largo camino. Pero en fin, ¿hay algo más importante en la vida que tomarse ese tiempo?.
Lic Guillermo Cabado
Si no viste la película de la que aquí hablo,
podrás hacerlo on line, aquí
(1) Señores que suelen sostener sus programas en la televisión argentina alrededor de historias como la de Kevin. En general con la colaboración de una tropa de "especialistas psi" que despliegan sus mapas de "la mente criminal".
(2) Aunque el efecto que produce en los espectadores, haga que en muchos casos también nosotros necesitemos hablar de Kevin.
(3) Sugiero esta nota sobre la excelente Tilda Swinton, Eva, que entre otras cosas, también en 2011,
protagonizó un personaje conocido por todos los que amamos a Pizarnik, la condesa Báthory:
(4) Hay un planteo de Alfredo Eidelsztein, psicoanalista que viene planteando una serie de valiosas discusiones respecto del modo en el que se lee a Lacan (varios de estos debates habían sido planteados hace ya varios años atrás por Ricardo Rodríguez Ponte), que cuestiona la idea de "responsabilidad subjetiva" que se ha ido divulgando entre muchos psicoanalistas (https://elreyestadesnudo.com.ar/wp-content/uploads/2015/09/La-responsabilidad-subjetiva.pdf). La cita al seminario de Lacan "El reverso del psicoanálisis" (11/2/70) es uno de los mojones cuando respecto del saber inconciente dice: "hay un saber perfectamente articulado del que, hablando con propiedad, ningún sujeto es responsable. Cuando de pronto un sujeto tropieza con él, puede tocar ese saber inesperado, se queda, él, el que habla, bien desconcertado,"
Hasta allí acuerdo con su crítica, pero el problema es que en alguna presentación oral lo escuché deslizar a algo que es netamente diferente: no habría lugar en un psicoanálisis para la "responsabilidad" en tanto inevitablemente introduciría en la concepción de "sujeto" con la que nos manejamos la idea de que éste implica una unidad que podría "hacerse cargo" de sus actos inconcientes. Es respecto de este deslizamiento en donde planteo una diferencia.
Para ello remito al seminario sobre "La ética del psicoanálisis". Allí Lacan está interesado, entre otras cosas, en lo siguiente: ¿cómo hacer para apuntar a la responsabilidad sin convertirla en un asunto de mala o buena voluntad del sujeto?. Esa problemática que una y otra vez se pone en el tapete, por ejemplo, cuando un sanador de adicciones escucha al enfermo decir “no quiero vivir con esta dependencia” y al rato lo ve transgredir las pautas terapéuticas que le han fijado para su bien. Rápidamente la conclusión que aflora es “fulano no quiere curarse”. Lo que Lacan apunta, leyendo a Freud (no haciendo una continuidad entre lo que éste dijera y lo que Lacan dice) es que es necesario una precisa distinción topológica, de relación de lugares, para que el psicoanálisis no empantane en este callejón sin salida: “o es que realmente no quiere curarse o es que quiere pero fuerzas superiores lo someten sin que él tenga nada por hacer allí”.
He allí entonces el planteo de Lacan del ethos (en cuya etimología reside la idea de "punto de partida con inclinación hacia") del psicoanálisis. La ética de esta praxis: apuntar al nivel de la fixierbarkeit (fijación) y de la haftbarkeit (perseveración) de la aventura libidinal. Estos dos términos los extrae de “Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad” de Freud (el lector puede rastrearlos en la página 221 del volumen 7 de Amorrortu). Lacan los toma haciendo su clásica operación de lectura de Freud: dice en la clase del 13 de enero de 1960 que haftbarkeit “se traduce aproximativamente por perseveración (aclaro aquí que en la traducción de Amorrortu el término usado es "adhesividad"), pero tiene empero una curiosa resonancia en alemán, pues más bien quiere decir responsabilidad, compromiso”. Es a nivel de esa perseverancia pulsional donde radica la responsabilidad en juego en un psicoanálisis. No se contradice con la noción de sujeto que propone Lacan, sí con la unidad yoica
Por tanto es a ese nivel al que apunta la intervención del psicoanalista. A ese nivel del “nolens volens” (algunos lo traducen por un "quiérase o no", y que prefiero definirlo con un “no queriendo queriendo”), que aquella famosa frase del personaje mexicano “el Chavo”, parecía evocar: “¡lo hice sin querer queriendo!”. En la clase del 20 de enero dirá Lacan: “es un registro donde existe la buena voluntad y la mala voluntad, ese nolens volens que es el verdadero sentido de esa ambivalencia que se ciñe tan mal cuando se la toma a nivel del amor y del odio”. Mi destaque de la cópula de la conjunción, “y”, es crucial: no es mala o buena, son las dos juntas… ¡por tanto es ninguna de ellas per se!. Esta suerte de oxímoron las hace implotar. Léase: deja de ser un asunto de voluntad proveniente de una unidad, de una “cabeza”. No es un asunto donde el Yo gobierne, ya sea en su dimensión conciente o en su dimensión inconciente-vuelto-conciente gracias al análisis (“ah, entonces lo que Yo quería era esto, sólo que lo tenía reprimido y no me daba cuenta”). El oxímoron implota la idea de unidad (“el punto del inconciente” al que el psicoanálisis supuestamente debería acceder, en tanto causa de “las conductas locas y contradictorias”).
2 comments:
Impecalble,Guillermo...
Una película desconcertante y conmovedora.
La negación reiterada del malestar de una mujer envuelta en un juego de poder del que no puede/quiere/sabe salir sola.
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